Resonancias vol. 24, n° 46, enero-junio 2020, pp. 9-11.
DOI: https://doi.org/10.7764/res.2020.46.1
“Un orden sostenido racionalmente, en fin, se muestra presto a desvanecerse al menor golpe de viento”. Estas palabras provienen del primer artículo que integra este número, escrito por Guillermo Aguirre, y buscan describir la cosmovisión a la vez trágica e irónica que caracteriza a nuestro tiempo. Su hipótesis es que este acento trágico resulta afín a la cultura del Renacimiento tardío y que esto explicaría, en parte, la vinculación que existe entre la obra de Gesualdo y la de compositores recientes, como Ligeti o Lachenmann. Pero resulta inevitable que sus palabras resuenen con el contexto presente, marcado por una pandemia que ya ha cobrado medio millón de vidas humanas y cuyo final nadie se atreve a anticipar.
“En esta situación en tierra de nadie, en este estado hondamente descentrado”, continúa Aguirre, “el compositor, el artista en general, corre el riesgo de verse en un callejón sin salida”. Y nuevamente pareciera hablar sobre el contexto presente, porque, en un momento en el que la prioridad está en proteger la vida de las personas, resulta comprensible que nos veamos paralizados; que sintamos que nuestro quehacer musical y musicológico palidece ante la encomiable labor que lleva a cabo el personal de salud. Pero se trata de un error, porque la música es parte de la vida en todas sus instancias y hermosas obras musicales se han escrito en campos de concentración, bajo regímenes dictatoriales o en contextos de guerra. Y así vemos que, por estos días, los músicos utilizan las tecnologías digitales para emprender nuevas modalidades de trabajo y encontrar vías alternativas para la expresión musical. Todas insuficientes para paliar las consecuencias de esta crisis; todas necesarias e importantes. Del mismo modo, los investigadores continúan llevando adelante sus proyectos con las limitaciones del caso: buscan nuevas fuentes que sustituyan a aquellas que ya no están disponibles; trasladan sus entrevistas al formato en línea; y aprovechan el escaso tiempo que les dejan los quehaceres domésticos y familiares para escribir. Es en este contexto que ven la luz los textos que describo a continuación.
Luego del artículo de Aguirre, al que ya me he referido, Myriam Pias estudia el modo en el que algunos de los preludios en estilo improvisatorio de Carl Czerny (1791-1857) permitían informar al público sobre el carácter de la obra que iban a escuchar seguidamente. La autora concluye que lo hacían, fundamentalmente, mediante tópicos y tropos, en el sentido que Robert Hatten atribuye a estos dos términos: fragmentos musicales que remiten a otros estilos, géneros y significados expresivos; y la combinación de dos estilos aparentemente incompatibles para producir un nuevo y único significado.
El siguiente artículo nos lleva a los comienzos del siglo XX. Juan Carlos Poveda estudia tres filmes hollywoodenses producidos hacia 1930 –el film de animación The Gallopin’ Gaucho; The Cuban Love Song; y The Kid from Spain– con el objetivo de dilucidar el modo en el que representan musicalmente la identidad latinoamericana. Según el autor, el ritmo y los instrumentos (algunos de ellos locales, como el güiro) son los dos elementos fundamentales que se utilizan para ello. Ambos procedimientos serán recurrentes en producciones posteriores, lo que hace que la importancia de este trabajo vaya más allá de las obras fílmicas analizadas.
El trabajo que sigue, escrito por Carolina Santamaría y otros, estudia las industrias de la música tropical y la canción romántica en el Medellín de los años sesenta. Se trata de un momento de cambio en la ciudad: tres casas disqueras crean sus propios estudios y amplían su volumen de producción, al tiempo que decaen radicalmente los programas en vivo en los radioteatros. A partir de la revisión de la prensa de la época, los autores cuestionan, entre otras cosas, la premisa de que las industrias del entretenimiento sean determinantes para la configuración del gusto popular, así como la concepción generalizada de la industria musical como un organismo singular y unificado.
El quinto y último artículo, de Pablo Mardones e Ignacio Moñino, nos lleva a la etnomusicología y el trabajo de campo. Mediante la “participación observante”, los autores estudian los procesos de autodefinición identitaria en una práctica actual: los músicos sikuris que suben tocando al Abra de Punta Corral, en el noroeste de Argentina. Entre otras cosas, el texto muestra que, en parte por el hecho de hallarse en la frontera con Bolivia, dichos procesos resultan de particular complejidad y llevan invariablemente a confrontar la identidad oficial atribuida a dichos músicos por el Estado argentino.
La sección Documentos está dedicada a la investigación artística en música. Aunque no se trata de un fenómeno nuevo, tanto su diversidad como sus discrepancias con la investigación tradicional y los sistemas de evaluación actuales hacen que sus características continúen siendo objeto de debate. Los cuatro ensayos y una entrevista incluidos pertenecen a especialistas activos en dicho campo: Pedro González, Adilia Yip, Stefan Östersjö, Johannes Boer y Paulo de Assis. La documentada introducción de Rubén López Cano, a quien ha correspondido coordinar dicha sección, hace redundante una descripción pormenorizada de los textos. Pero vale la pena destacar la diversidad en los planteamientos de sus autores, siempre bienvenida en una revista de investigación como esta –por ejemplo, el lector encontrará opiniones contrarias respecto al valor y el rol de la autoetnografía, como herramienta para dicha forma de investigación–.
El número 46 concluye con dos reseñas. En la primera, Diego Castro comenta un disco reciente del guitarrista Alejandro Gallegos, que incluye once piezas de diversos compositores, inspiradas en textos poéticos y otras formas narrativas. En la segunda, Marília Carvalho revisa el último libro del teórico Christopher Doll, dedicado al estudio de la armonía y los acordes en la era del rock, es decir, de 1950 a la actualidad.
Todos estos trabajos dan cuenta de un campo –la investigación musical– que lucha por permanecer activo en circunstancias por demás difíciles como las presentes. Y esto me parece relevante porque, si algo ha demostrado la pandemia en curso, es lo importante que resulta para el mundo la investigación en sus diversas formas. Por tanto, no puedo sino agradecer a todas las personas que lo hacen posible y en particular a los autores que colaboran en este número. Varios de sus textos, particularmente los de la sección Documentos, fueron escritos bajo medidas de aislamiento social y todos, sin excepción, fueron revisados en este contexto.
Por estas mismas razones, agradezco también a Leonora López, nuestra editora, y al comité editorial de la revista, así como a Rubén López Cano por haber conseguido coordinar y llevar a buen término la sección Documentos en medio de la pandemia. Mi deseo –y el de todo el equipo de Resonancias– es que nuestros lectores se encuentren bien y que, a pesar de las circunstancias, disfruten de este número.
Vera, Alejandro. 2020. "Editorial". Resonancias 24 (46): 9-11.