La actividad musical de la orden jesuita en el Cuyo colonial: una primera aproximación

Resonancias vol. 25, n° 48, diciembre-junio 2021, pp. 41-62.
DOI: https://doi.org/10.7764/res.2021.48.3

PDF

Resumen

El artículo presenta un estudio de la actividad musical en el Colegio jesuita de Mendoza y la Residencia jesuita de San Juan (Cuyo) durante la Colonia. El estudio se basa en el relevamiento de fuentes coloniales presentes en archivos de las ciudades de Mendoza y San Juan. Se contabilizan las entradas de músicos, instrumentos u objetos musicales y se analizan sus posibles usos e implicancias, pretendiendo dar así una primera visión de la importancia de la actividad musical en dichos espacios.


I. Introducción

En la actualidad existe un vacío importante en lo que se refiere al estudio de la música colonial del Reino de Chile en latitudes alejadas de su capital. Este acontecer olvidado o subestimado por la historiografía tradicional durante el siglo XIX y gran parte del XX, obedece según nosotros a varias razones: el privilegio con el que ha contado el estudio de lo ocurrido en el territorio occidental de la Capitanía General, específicamente la zona del valle central, sin tomar en cuenta el estudio de los territorios orientales de dicha jurisdicción: administrativamente, el corregimiento de Cuyo perteneció a la Capitanía General de Chile entre 1551 y 1776, año en que se crea el Virreinato del Río de la Plata, del que pasó a depender. Demostrando una visión generalmente centralista, la musicología histórica tradicional chilena[1] subestimó la actividad musical generada lejos del centro cultural que representaba la ciudad de Santiago, visión que se vio acrecentada con el marcado nacionalismo que caracterizó el surgimiento de la república y su propio discurso histórico, que implicó una visión negativa de la Colonia y el posicionamiento del valle central como el escenario de la independencia y cuna de la chilenidad. En segundo lugar, creemos que esta suerte de enajenación por parte de la musicología histórica chilena de las décadas que van desde los años cuarenta a setenta del siglo pasado, tiene que ver con la perspectiva centralista que imperaba en la disciplina.[2] Dicha perspectiva no permitió vislumbrar la riqueza que el tema presentaba en cuanto al papel que jugaba la música en las relaciones sociales a nivel local y regional.

A partir de la década de l990 del siglo pasado esta visión empezó a cambiar en parte, dado el trabajo pionero de Víctor Rondón (1997a, 1997b, 1999) sobre los jesuitas y otras órdenes religiosas, la tesis doctoral de Aracena (1999), quien se centra en los jesuitas de Santiago, pero desde una mirada poscolonial, y el estudio de Marchant (1999) sobre un manuscrito de música privada de fines del siglo XVIII encontrado en Santiago. A estos estudios les siguieron el de Maximiliano Salinas (2000), los de Alejandro Vera (2004a, 2004b, 2005, 2007, 2009, 2010a, 2010b) y nuevos trabajos sobre los jesuitas en Chile de Víctor Rondón (2006), especialmente su tesis doctoral (2009) que versa precisamente sobre la música y la cultura de la orden jesuita en el Chile colonial, aunque no abarca Cuyo en detalle.[3] Finalmente, debemos considerar nuestro trabajo sobre el arpa en la periferia colonial chilena (Martínez y Ramos 2015) y el único trabajo de corte íntegramente musicológico sobre el Cuyo colonial (Martínez y Ramos 2018).[4]

Todos estos estudios tienen un punto en común: se preocupan de instituciones o prácticas musicales que no habían sido estudiadas antes, ampliando incluso el espacio geográfico en el que se centran, lo que señala un cambio de enfoque en la musicología histórica chilena. El presente trabajo se enmarca plenamente en esta línea, basándose en el relevamiento de fuentes primarias coloniales no estudiadas desde la musicología, como el Libro de Gastos del Colegio Jesuita de Mendoza, ubicado en el Archivo Histórico de la Provincia de Mendoza, y el Libro de Gastos de la Residencia Jesuita de San Juan, ubicado en el Archivo General de la Provincia de San Juan.[5] Hemos completado esta información con el estudio del inventario de la Junta de Temporalidades realizado sobre los bienes de la Compañía de Jesús en Mendoza, elaborado al momento de hacerse efectiva la expulsión de la orden en 1767, documento que se encuentra transcrito íntegramente por Micale (1998, 147-243), y el trabajo de corte histórico y arquitectónico de Patricio Boyle (2009). En dicho trabajo, Boyle menciona siete entradas sobre compra de instrumentos, cuerdas y ropa para músicos que aparecen en el Libro de Gastos del Colegio de Mendoza; sin embargo, al relevar la información de dicha fuente, hemos encontrado un número mucho mayor de datos, que presentamos en este trabajo incluyendo algunas correcciones a las interpretaciones de dicho autor.

Creemos que el valor de nuestro estudio radica en el relevamiento de fuentes, en su gran mayoría inéditas, con un carácter necesariamente descriptivo, ya que pretende solamente demostrar la existencia de una actividad musical jesuita durante el siglo XVIII en el Corregimiento de Cuyo. De esta forma, esperamos contribuir al conocimiento de las prácticas musicales jesuitas en la Capitanía General de Chile.

II. Cuyo y la expansión de la orden jesuita

Como fue habitual en la empresa colonizadora española, la expansión del dominio territorial fue de la mano con la expansión de la actividad misional y Cuyo no fue la excepción en este sentido. Sin embargo, y precisamente por tratarse de un territorio alejado de la capital del Reino de Chile, se produjo un considerable desfase entre ambas empresas.[6]Mendoza fue fundada sobre un asentamiento huarpe en 1561 por el capitán Pedro del Castillo y refundada al año siguiente por Juan Jufré, ambos provenientes del otro lado de la cordillera en un intento de consolidar la conquista del territorio cercano a Santiago, y al mismo tiempo incorporar a los indígenas del territorio cuyano (considerados como pacíficos) a la actividad productora (Cirvini 2012, 626). Se sostiene, además, que la principal razón de la conquista de Cuyo fue la obtención de mano de obra indígena dócil para el sostén de la empresa colonizadora de la Capitanía General (Michieli 1994, 15-16). En 1562 Juan Jufré fundó San Juan de la Frontera y en 1594 su hijo, Luis Jufré y Meneses, fundó San Luis de Loyola, Nueva Medina de Rio Seco. La denominación “de Loyola” se debe a que el Gobernador y Capitán General de Chile, Martín García Oñez de Loyola era sobrino de San Ignacio de Loyola (López 2005, 28).

Figura 1

Figura 1 / Capitanía General de Chile hasta 1776. Fuente: elaboración propia a partir de Valenzuela 2001, 22.

Al poco correr el tiempo, el corregimiento se transformó en un paso obligado entre los valles del noroeste argentino y Chile, recayendo en dicho aspecto su importancia dentro del desarrollo de la dinámica económica colonial (Cirvini 2012).En 1608, en la ciudad de Mendoza, se instala la orden jesuita con una Residencia y al año siguiente abre sus puertas una escuela de primeras letras.[7] No se sabe a ciencia cierta la ubicación de ese primer enclave jesuita, pero su fundación se debe, en parte, a la cesión de terrenos que hicieran el capitán Lope de Peña y su esposa, doña Inés León de Carvajal, quien se convertirá en la gran benefactora de la orden en sus primeros años en Mendoza.

Para valorar en mejor medida las condiciones en que los jesuitas se instalaron es conveniente considerar el tamaño de las ciudades de Cuyo a principios del siglo XVII. Juan Luis Espejo, citando una carta de 1610 del Oidor de la Real Audiencia de Chile, Don Gabriel de Celada, describe que:

“[Mendoza se componía de] treinta y dos casas, que solo una o dos están cubiertas de tejas, y las demás de paja; de iglesia parroquial, Convento de Santo Domingo con dos religiosos; de la Compañía con dos; y de la Merced con dos religiosos también”; la ciudad de San Juan de veintitrés casas cubiertas de paja y de una iglesia parroquial; y, en fin, la Ciudad de San Luis, de diez casas con techo de paja y una iglesia parroquial (Espejo 1954, 43-44).

La cita demuestra que a principios del siglo XVII estaba claramente establecida la posición de Mendoza como centro del enclave español en Cuyo, tomando en cuenta, por una parte, su mayor número de viviendas con relación a San Juan y San Luis, y por otra, su situación pendular dada su conexión con Santiago en los meses que era posible el tránsito a través del paso de Uspallata, en la Cordillera de los Andes, y con Córdoba y Buenos Aires en los demás meses. Esto explica la rápida ampliación de los jesuitas en Mendoza en la primera mitad del siglo: en 1616 la Residencia fue elevada a la categoría de Colegio, denominándose “de la Inmaculada Concepción”; en 1632 los jesuitas contaban además con una viña ubicada a ocho cuadras de la plaza, en la calle de la Cañada, principal arteria del comercio durante el período colonial y un lugar estratégico, puesto que conducía al camino que llevaba hacia Chile –la principal puerta de salida de la ciudad hacia el norte– y que conducía, además, al camino que llevaba a la hacienda jesuita de Guanacache. En la viña de La Cañada se instaló la Capilla de Nuestra Señora del Buen Viaje, aunque es imposible saber si la construyeron los jesuitas o existía desde antes.

Entre 1636 y 1640 se construyó el primer templo jesuita de Mendoza. En la gran inundación de 1716 se destruyó dicho templo y en 1731 se levantó en el mismo lugar la iglesia y el Colegio definitivos, los que mantuvo la orden hasta 1767. La Capilla del Buen Viaje fue reemplazada por una iglesia de mayor tamaño a principios del siglo XVIII, a la que se le anexó en 1727 una Casa de Ejercicios que utilizaba la Capilla como oratorio (Cirvini 2012, 637-641).

La expansión hacia San Juan fue más difícil que en Mendoza. Los jesuitas mendocinos realizaban misiones hacia dicha ciudad, pero no fue hasta 1655 que se abrió una Residencia, gracias a la donación de una casa, estancia y viña ubicadas junto a la plaza de armas. Las estrategias de fundaciones y expansión misional de la orden explican la dinámica del desarrollo jesuita en Cuyo. Celia López nos da una excelente descripción de dicha estrategia:

El principio de la autarquía de cada establecimiento jesuita se cumplía estrictamente. Cuando se conseguía esa independencia económica el estado financiero solía ir cada vez mejor, lo que permitía finalmente el afianzamiento de la Compañía en un lugar, seguido de su inserción en la vida de la ciudad. La eficacia de su administración temporal era fundamental para que la orden jesuita pudiera llevar a cabo su actividad misional y continuar su expansión (López 2005, 44).

Esto explica una estrategia que podría ser conceptualizada como un proceso de asentamiento paulatino: en primer lugar, conseguir el sustento material de los regulares y los esclavos, mano de obra fundamental para dicha empresa; en segundo lugar, cubrir los gastos de la enseñanza que se impartía en forma gratuita; y, en tercer lugar, conseguir beneficios económicos que permitieran reinvertir en el proceso. Para llevar a cabo lo anterior era fundamental contar con la presencia de regulares, lo que explica las constantes solicitudes a Roma y España para contar con más jesuitas. Tal vez fue la carencia de jesuitas la causa del cierre de la Residencia de San Juan en 1666, luego de lo cual quedaría el Colegio de Mendoza como única casa permanente jesuita en Cuyo hasta 1712, año en que se establecieron en forma definitiva en San Juan, estadía que se extendió hasta la expulsión de la orden.[8]

Esta estrategia de fundación y consolidación permite entender al Colegio mendocino como un polo de desarrollo desde el que la orden se expandía y paulatinamente fortalecía las fundaciones más alejadas, representadas por San Juan y San Luis, organizando escalonadamente el proceso misional. Como esperamos demostrar en nuestro trabajo, esto también se ve reflejado en el ámbito musical. Por otra parte, dentro de la estructura estrictamente jerarquizada de la orden, la institución del Colegio implicaba una de las jerarquías más altas y, a medida que se desarrollaba el proceso de expansión y consolidación al que hemos hecho mención, es natural que las Residencias, por ejemplo, fueran subiendo en la jerarquía.[9] Esto se demuestra en las palabras que el Provincial jesuita escribía en 1663 con respecto a la Residencia de San Juan: “[…] tiene ya bastante renta, en viña, molino, estancia, esclavos y ganados para poder ser colegio” (López 2005, 43-44). En 1690, en la totalidad de la provincia jesuita de Chile había 129 sujetos. Siete de ellos vivían en el Colegio de Mendoza, el que contaba con 109 esclavos negros. Los esclavos habían aumentado a 123 en 1698, y en 1704 el establecimiento era absolutamente autosuficiente, con un excedente de 224 pesos. Al momento de la expulsión Micale contabiliza 387 esclavos, de los cuales la principal fuerza productiva, es decir varones de entre 15 y 35 años, era de 56 (Micale 1998, 128-129).

III. Instrumentos y objetos musicales en el Colegio de Mendoza

En el Apéndice se presenta la Tabla 2, que reúne las menciones de música, músicos u objetos musicales que hemos encontrado en relación con el Colegio de Mendoza. Si bien el Libro de Gastos[10] reúne menciones desde 1693 hasta 1710, hemos agregado las menciones del Inventario de la Junta de Temporalidades confeccionado en el momento de la expulsión de la orden. El instrumento más nombrado es el arpa, que aparece catorce veces. Esto no es extraño, dado que está ampliamente documentada la utilización del arpa en el Barroco como instrumento específicamente encargado del continuo, tanto en el ámbito religioso como en el profano (Bordas 1987, 152-153). Según Vera (2004a, 113), quien sigue a Andrés Sas, el arpa, junto con el órgano, fueron fundamentales para acompañar el canto litúrgico durante los siglos XVII y XVIII. Por otra parte, el padre Enrich (1891b, 240-241), historiador de la orden jesuita, basándose en información recogida en el Libro de Cuentas del Colegio Máximo de San Miguel en Santiago, sostiene que en 1756, en ausencia de órgano, las misas ordinarias eran acompañadas con arpa (Enrich 1891, 240).

Si consideramos la totalidad de la información de la Tabla podemos comprobar que las primeras menciones sugieren que había por lo menos un arpa, y que se utilizaba regularmente, dado que aparecen gastos de reparación (“aliño” o “aderezo”) y cuerdas entre septiembre de 1693 y enero de 1694. En 1698 existía un arpa “nueva”, lo que sugiere que la otra ya no se usaba o que existían dos arpas. Este último parece ser el caso, ya que un año más tarde se sigue mencionando un arpa nueva, lo que sugiere que no era la única. Esta se utilizaba, seguramente, en la iglesia del Colegio y no en la Capilla del Buen Viaje. Ese mismo año, en julio se compró un arpa en 14 pesos al Capitán Miguel de Torres y los libros informan que en los meses de octubre y noviembre de 1699 se hacen nuevos pagos por cuerdas para el arpa. Por los registros de 1710 se puede inferir que el instrumento era valorado, ya que aparecen pagos al carpintero Luis Franco por “echar tapa al arpa de pino”.

Tomando en cuenta lo expuesto, pudieron haber sido tres los instrumentos que poseía el Colegio para ese entonces. Hay que recordar que entre las posesiones de dicha institución se encontraba la Hacienda del Buen Viaje, la que contaba con una capilla, además de otras tierras, con lo cual podría no ser exagerado el número de arpas que calculamos. Sin embargo, en el Libro de Gastos se mencionan cuerdas para una (hasta noviembre de 1699). Esto podría explicarse considerando que los gastos eran para el instrumento de la iglesia del Colegio, la que se utilizaría regularmente, mientras que las demás arpas podrían servir en otras dependencias. Solo podemos adelantar hipótesis al respecto; lo que sí es claro es que casi setenta años más tarde, al momento de la expulsión, los jesuitas poseían dos arpas: una se utilizaba en el Colegio y la otra estaba en la Estancia La Arboleda (véase la Tabla 1). Furlong presenta una fotografía de una página del Inventario de objetos pertenecientes al Santuario de Nuestra Señora del Buen Viaje, suscrito por Doña Agustina Lorenza Díaz y Gómez en 1787, en la que se lee, en las últimas dos entradas, “Un arpa con su llave” y “Una guitarra” (Furlong 1949, s/n). Tomando en cuenta la fecha del Inventario, es muy posible que esos instrumentos fueran de los que se encontraron en la Estancia La Arboleda en 1767, ya que en el Inventario que se realizó al momento de la expulsión, no se contabilizaron ni guitarras ni arpas en la Capilla de Nuestra Señora del Buen Viaje.

Otra información relevante es el pago a músicos para que tocasen en los servicios de la Cofradía de los Morenos: en diciembre de 1699 y mayo de 1700 se paga por música, este último año a fray Fernando Maldonado, a quien se le retribuye en especies y géneros (pieza de Bretaña). Dada la letra mayúscula que precede el nombre, es posible que Maldonado fuera un fraile mercedario contratado para tocar en los servicios de la cofradía. Por otra parte, tomando en cuenta la importancia que tenía la orden en Cuyo desde el punto de vista económico casi cien años después de su fundación, eran numerosos los esclavos,[11] lo cual hacía pertinente la existencia de una cofradía que los agrupara desde el punto de vista del culto. En el momento de la expulsión, los jesuitas tenían en Mendoza tres esclavos músicos: Cosme (arpero), Felix (maestro de arpero), y Francisco Javier (violinista). Como afirma Lange (1986, 228), los esclavos músicos eran categorizados como aprendices, oficiales y maestros, siguiendo las categorías establecidas por las corporaciones de oficios, pero –tal como él opina para Córdoba– es improbable que existiera en Mendoza una organización profesional que agrupara a esclavos músicos, dado que habitualmente agrupaban a músicos libres, por lo que es notable la indicación de grados (maestro).

Tabla 1

Tabla 1 / Instrumentos y músicos mencionados en el Inventario de la Junta de Temporalidades de Mendoza.

La Tabla 1 recoge la información de los datos encontrados en el Inventario de la Junta de Temporalidades de 1767. El lugar en que fueron inventariados los instrumentos nos puede indicar el uso que se les daba: en el Colegio, por ejemplo, aparece una plantilla instrumental completa, capaz de acompañar el canto litúrgico (órgano) y realizar música instrumental, con dos violines a cargo del plano melódico y el arpa realizando el bajo continuo. Alejandro Vera relaciona la presencia de violines con la introducción del estilo italiano en la Capitanía General, lo que ocurrió primeramente en el ámbito religioso. Este estilo implicaba el uso de dos partes melódicas escritas para violín y un bajo continuo, y se encontró en la mayoría de las partituras conservadas de la segunda parte del siglo XVIII en las colonias hispanoamericanas (Vera 2010a, 32). La aparición del violín en la Capitanía General de Chile está documentada desde 1721 (Pereira Salas 1941, 29). Vera documenta el pago a una agrupación instrumental compuesta de un violinista y un arpista en el Colegio de San Miguel de los jesuitas en 1721 y en el Convento Grande de La Merced en 1726, ambos en Santiago (Vera 2004a, 114-115). Finalmente, y como se verá más adelante, encontraremos una plantilla similar en la Residencia Jesuita de San Juan.

También encontramos en la Capilla de Nuestra Señora del Buen Viaje dos violines, los que pudieron tener el mismo uso si se trasladaba el arpa desde el Colegio. En contraste con lo anterior, aparecen en la Estancia La Arboleda dos guitarras y un arpa chica. Boyle señala que las cofradías se juntaban en la Capilla de la Viña, siendo muy factible que se utilizaran allí los instrumentos que mencionamos, tomando en cuenta el uso de la guitarra para acompañar cantos y bailes de ámbito profano (Boyle 2009, 146).

Con respecto al órgano, del cual se dice que era “corriente con flautas de plomo y de madera”, no podemos saber su procedencia con seguridad. Sin embargo, es muy posible que hubiera llegado al Colegio traído por la segunda misión de jesuitas alemanes que llegó a Chile en 1724. Dicha misión llegó a Mendoza, vía Buenos Aires, el 15 de diciembre de 1723, llevando entre otros instrumentos, cinco órganos. No se sabe el destino de dichos instrumentos, pero siguiendo en parte a Rondón (2009, 446) y tomando en cuenta que el número de órganos coincide con el de colegios, podríamos pensar que irían destinados a estos, ya que eran los principales centros de la actividad religiosa jesuita: primeramente, los Colegios de San Miguel y de San Pablo (Santiago), Bucalemu, Concepción, y por qué no, el Colegio de Mendoza.

No tenemos forma de comprobar eso, pero sí podemos afirmar que la música tuvo importancia entre los jesuitas a principios del siglo XVIII en Mendoza y es probable, tomando en cuenta los datos expuestos en la Tabla 2, que se formara una tradición que perdurara hasta los últimos años. Para respaldar esto es útil tomar en cuenta un dato expuesto primeramente por Boyle: en junio de 1700 se hicieron nueve libreas “para los músicos”: se compraron materiales para su confección a Joseph Vásquez y adornos o complementos para la ropa (escarlatilla para las manguillas, ocho sombreros, ocho pares de medias, hilo y cintas negras para los sombreros y zapatos). Más adelante, dicho investigador sugiere que los ocho músicos eran posiblemente esclavos de la cofradía de los morenos que mencionamos más arriba, y que la discrepancia entre el número de libreas y músicos se puede explicar porque aparecen por la misma época pagos a un músico de La Merced que nombran como Simón.

Figura 2

Figura 2 / AHPM, Libro de Gastos del Colegio Jesuita de Mendoza, Julio de 1700, f. 62.

Sin embargo, creemos que se trata de un error, puesto que el músico mencionado aparece como “Pascual el ciego de La Merced” como podemos comprobar en la Figura 2, y además, más adelante aparecen en el libro pagos a “Pascual ciego cantor” y “al ciego Pascual”. Es probable que se tratara de un esclavo de los mercedarios, quien tocaba además algún instrumento, puesto que en julio de 1700 fue contratado para tocar, presumiblemente para la fiesta de San Ignacio de Loyola (31 de julio), patrono de la orden, una de las principales ocasiones festivas para los jesuitas. En dicha fecha, además, se pagaron “…limosnas a la música”. Como podemos comprobar, Pascual trabajó con los jesuitas, además, en diciembre de 1701 (quizás para la fiesta de San Francisco Javier, el 3 de diciembre) y mayo de 1703. Con todo, consideramos plausible que, siendo esclavo, se integrara al conjunto instrumental, justificando así la novena librea. Lo más notable, a nuestro entender, es la preocupación de los jesuitas por uniformar a los músicos, lo que nos indica una intención de dotar de una cierta estabilidad a la agrupación, y con ello, contar con música formal y permanentemente.

Por otra parte, hay una información presentada por Boyle que a nuestro juicio es un error y podría conducir a conclusiones importantes, pero equivocadas. Menciona una entrada de enero de 1700 que dice, según sus conclusiones: “más al músico que traje de Chile” (2009, 145). En la foto que presentamos, a nuestro juicio no dice “músico”, sino “…al mestizo Martin que traje de Chile”. Pensamos que constituye un error de cierta importancia, ya que, de tratarse de un músico, implicaría que el territorio occidental de la Capitanía General exportó este tipo de oficios, lo que no es posible afirmar con las fuentes disponibles.

 

Figura 3

Figura 3 / AHPM, Libro de Gastos del Colegio Jesuita de Mendoza, enero de 1700, f. 59v.

Con respecto a la hipótesis de Boyle sobre el origen afroamericano de los músicos, es curioso que no mencione que en 1710 hay otra compra de géneros y enseres para reparar u adornar las ropas de “los negritos músicos”, lo que comprueba que el conjunto musical estaba integrado por esclavos, presumiblemente niños o adolescentes. Decimos esto último no solo por el diminutivo “negritos”, sino porque era común en aquella época emplear a niños esclavos como cantores o instrumentistas (Lange 1986, 229). A raíz de la ausencia de datos que implicaran otros instrumentos, podríamos suponer que se tratara de un grupo de esclavos cantores e instrumentistas que utilizaban al menos un arpa y una vihuela, ya que también se encuentran pagos para cuerdas de dicho instrumento (agosto de 1699). Es probable que la vihuela mencionada fuese una guitarra. En los meses de julio de 1703, 1706, 1707 y 1708, y noviembre de 1708, aparecen pagos en dinero, tabaco y géneros a curas, frailes, o “cantores de fuera”. Esto implica que no eran jesuitas y presumiblemente los frailes fueran mercedarios, dada la relación demostrada más arriba con músicos de dicha orden. Como la mayoría de los gastos son para cantores en el mes de julio, podemos suponer una intención de solemnizar la fiesta de San Ignacio con una mayor presencia de la música en los servicios. Todo lo anterior nos indica que el conjunto de músicos esclavos era predominantemente instrumental, y que los gastos se empleaban para complementar la parte coral, siendo posible que los esclavos tocaran además otros instrumentos, como violines o chirimías, y que estos no aparezcan en el libro porque eran construidos en las misiones de la orden. Es notable constatar la presencia de una agrupación estable de ocho músicos, implicando con probabilidad ocho instrumentos.[12] Hay evidencias de conjuntos musicales estables formados por músicos esclavos fuera de Chile: por ejemplo, Rondón (2014, 70-71) señala que en Lima, existía una capilla en el Colegio Jesuita de San Pablo formada por instrumentistas y cantantes esclavos que eran convocados para representaciones públicas, dramas religiosos, fiestas públicas de las cofradías e incluso por otras órdenes religiosas;[13] Summers (1999) nos informa que en Manila los jesuitas tenían una agrupación estable de nueve músicos esclavos africanos al final del siglo XVI, los que ejecutaban y cantaban música en fiestas públicas, actividades estudiantiles en el Colegio de la orden, en el servicio religioso y, además, eran solicitados para festividades en otras órdenes religiosas. Estos músicos tocaban flautas, chirimías y además cantaban. En Córdoba del Tucumán, el jesuita Florian Paucke (Pedrotti 2017, 93) cuenta que tuvo bajo sus órdenes e instrucción a un grupo de veinte esclavos que tocaban y cantaban sin leer música.

De lo anterior podemos comprobar que lo planteado por Pedrotti (2017) para el caso de Córdoba, se hace evidente también en Mendoza. Dicha autora afirma que existió una estrategia por parte de las órdenes religiosas para dotar de una base musical acorde con la solemnidad que la sociedad colonial requería para el culto a las festividades religiosas de ciudades periféricas.[14] Dicha estrategia, en palabras de la investigadora, consistió en: “[…] establecer una red de préstamos, vínculos e intercambios que se trabaron entre las distintas instituciones con el fin de proveer el ‘decoro y decencia’ necesarios para solemnizar sus actos” (Pedrotti 2017, 86).

Finalmente, consideramos de importancia una mención que comprueba que el Colegio de Mendoza suministraba instrumentos al Colegio Máximo de San Miguel: en 1709 aparece el envío de un terno de chirimías a dicho Colegio, por un precio bastante elevado. Incluimos la foto de la entrada del libro pues nos sirve, además, para comprobar la buena situación económica del establecimiento y el rol que una institución de esas características cumplía con respecto al sostén de otras instituciones similares. Como podemos ver en la Figura 4, además de las chirimías, se enviaron sumas considerables de dinero para “el nuevo retablo de nuestro santo padre en San Miguel”, para la Casa de Ejercicios, y para los “padres y hermanos de otros colegios que han representado necesidad”. Es muy posible que fuera una de estas chirimías la que Rondón consigna que se llevó a arreglar en junio de 1723 (2009, 447).

Figura 4

Figura 4 / AHPM, Libro de Gastos del Colegio Jesuita de Mendoza, marzo de 1709, f. 142.

IV. La música en la Residencia de San Juan

Hemos podido reunir información sobre las actividades musicales en la Residencia de San Juan entre 1735 y 1764 (véase la Tabla 3, en el Apéndice). El análisis de la información nos permite distinguir una fecha en la que se produce un cambio en la estrategia de gastos con respecto a la música. Hasta 1758 no aparecen gastos asociados con instrumentos, sin embargo, a partir de 1759 encontramos pagos a un arpero, en 1760 se compran dos violines y sus respectivas cuerdas en 22 pesos y 6 reales (en enero), y en mayo se gastan 18 pesos en el “negrito arpero” y “los dos violinistas”.[15] Todo indica que se trataba de esclavos de la Residencia, ya que el “negrito arpero” en junio de 1761 contrajo matrimonio, recibiendo 6 pesos por dicho motivo, y la compra de los dos violines se justifica si los utilizaban esclavos, para aprender el instrumento y/o para ejecutarlo en los servicios religiosos.

Hay un hecho a destacar: la plantilla instrumental que muestra el Libro de Gastos de San Juan es la misma que encontramos en Mendoza al momento de la expulsión (a excepción del órgano) lo cual nos estaría hablando de un cierto criterio sonoro y funcional, común a ambas instituciones (dos violines y un arpa).[16] Pero lo más llamativo es lo que se informa en mayo de 1760: se gastaron 9 pesos y 3 reales en traer a “los negritos músicos de Mendoza”.[17] ¿Por qué se lleva desde el Colegio a esclavos músicos, existiendo músicos en la Residencia y en San Juan, como atestiguan los pagos desde 1735? Nuestra hipótesis es que los músicos de Mendoza tienen que haber tenido a los ojos de los regulares de San Juan una cualidad especial, y esta era que formaban una agrupación musical estable, siendo muy posible que la agrupación de la década de 1710 perdurara durante el siglo XVIII. En la referencia a Rondón, mencionada más arriba, podemos extrapolar una concepción de conjunto instrumental/vocal estable para la agrupación de esclavos del Colegio de San Pablo, en Lima. Lo importante, a nuestro juicio, es el reconocimiento externo de esta cualidad, lo que se demuestra al ser utilizados sus servicios por otras órdenes o instituciones diferentes a la Compañía. Esto mismo es lo que evidencia la presencia de los músicos mendocinos en San Juan. Lo anterior no descarta la posibilidad de que, además, dada su permanencia hasta octubre y la coincidencia con la compra de dos violines, los músicos mendocinos enseñaran a los de San Juan a tocar dichos instrumentos.

Por otra parte, en la documentación de la Residencia de San Juan podemos encontrar una información interesante desde el punto de vista económico: en los folios dedicados a los ingresos de junio a diciembre de 1763 y junio de 1764 aparecen recibos por parte de músicos, siendo el más cuantioso este último, por 11 pesos. Es probable que se trate de devoluciones de préstamos que los jesuitas efectuaban a los músicos, lo que nos indica que la orden cumplía un rol en su subsistencia, más allá de suministrarles trabajo. En palabras de Celia López:

Como confesores, educadores, comerciantes, amos y patrones, los jesuitas, estuvieron inmersos en la vida de la sociedad local a través de un trato cotidiano y personal que iba más allá de una transacción comercial o un contrato laboral. Este modelo de relación se repitió en todas las regiones del espacio colonial americano donde hubo una residencia, un colegio, una hacienda o una misión jesuita (López 2005, 215).

Sabemos que en 1735 se pagó a “Escobar, músico”, y que en 1753, por la Semana Santa, y en 1764 por toda la cuaresma, se le pagó a un cantor de nombre Ambrosio. Al igual que en Mendoza, debe tratarse de músicos que no eran jesuitas, y este caso es interesante además porque se le contrata por la totalidad de la música de las dos ocasiones mencionadas, es decir que para esas fechas Ambrosio era un músico semiestable en la Residencia.

Lo anterior nos lleva a tratar las ocasiones en que se recurría a la música. La primera mención que tenemos sobre la actividad musical jesuita en la ciudad de San Juan, en el año 1649, cuando aún no se instalaba la orden, revela especialmente su cariz misionero: se informa en la Letra Annua de la Viceprovincia de Chile que “todos los domingos había procesiones de la escuela, morenos y indios cantando las oraciones a que acudían los clérigos y frailes” (López 2005, 37). Esta descripción corresponde a una misión que efectuaron los jesuitas de Mendoza, y se nos informa que se incorporaban los clérigos diocesanos y frailes, posiblemente mercedarios. La “Escuela” que se menciona corresponde a una actividad misional que se denominaba Escuela de Cristo, que se realizaba todos los domingos para la enseñanza de la doctrina católica y consistía en una plática, una lección espiritual y oraciones. Entre 1735 y 1739 encontramos siete pagos a músicos por trabajar en dicha actividad. Como podemos corroborar en la Tabla 3, hay otros pagos entre esos años en los que no se especifica para qué actividad se realizaron, pero es muy posible que fueran para la Escuela.

López informa que el pago de la Escuela de Cristo era mensual, y que otras fiestas importantes en que no podía faltar la música eran la cuaresma –en la que se hacía la novena de San Francisco Javier–, la Semana Santa, en marzo la fiesta de San José (patrono de la Residencia), en junio la fiesta de San Antonio, el 31 de julio la fiesta más importante, que era la de San Ignacio, y el 3 de diciembre la fiesta de San Francisco Javier (López 2005, 214, 230-231). Como podemos comprobar, en la Tabla la mayoría de los gastos coincide con estas fechas, lo que sugiere que, aunque no se especifique la fiesta, es muy posible que el gasto se efectuara para alguna de dichas actividades. Por ejemplo, el gasto de marzo de 1738, en el que se menciona el “Miserere de la Novena”, muy posiblemente se refiera a la novena de San Francisco Javier, al igual que en marzo de 1759, cuando se pagó “Un peso al arpero”; lo mismo con el gasto de julio de 1744, en la que se pagaron 3 pesos “por la música a los cantores…”, seguramente para la fiesta de San Ignacio.[18]

Otro tipo de ocasión en la que la música estaba presente son los coloquios, “piezas religiosas que combinaban la representación hablada con el canto y la música instrumental” (Vera 2006, 27). Es muy posible que el pago que aparece en noviembre de 1756 fuera para representaciones de este tipo: “6 reales a los músicos por las dos músicas cantadas y animadas”, ya que “animadas” debe implicar que se representaban. Está bastante documentada la importancia que los jesuitas conferían a la actividad teatral en los colegios, la que inevitablemente incluía música. Por ejemplo, Rondón (2009, 447) da cuenta de que en 1721, en el Colegio Máximo de San Miguel (Santiago), se pagó a niños para que representaran un coloquio en homenaje a San Francisco Javier. Este mismo investigador sostiene que a mediados de siglo XVIII, y por el influjo de jesuitas alemanes que llegaron a Chile, el teatro escolar jesuita sufre una importante influencia bávara (Rondón 2005, 181). De hecho, la tercera misión de jesuitas alemanes que llegó a Chile en 1748 y dirigida por el padre Haymhausen, arribó a Mendoza desde Buenos Aires en marzo de dicho año, trayendo consigo obras del jesuita dramaturgo Franz Lang. Es posible que esta influencia haya alcanzado a los jesuitas de Cuyo, tomando en cuenta que existía un Colegio en Mendoza.

V. Conclusiones

Los datos expuestos a lo largo de nuestro trabajo nos permiten afirmar la importancia que tuvo el Colegio Jesuita de Mendoza como centro de irradiación cultural y musical en la provincia de Cuyo, en especial con relación a la Residencia de San Juan. Hemos comprobado que con anterioridad a la primera fundación en San Juan, jesuitas de Mendoza ya misionaban allí y que en aquellas ocasiones había actividad musical; también, que la agrupación de músicos esclavos de Mendoza se trasladaba a San Juan, lo cual es un hecho notable desde el punto de vista musicológico, pues nos habla de una agrupación estable con fines misionales, único caso, hasta donde sabemos, en el Reino de Chile. En este sentido, el caso de los jesuitas del Cuyo colonial permite ampliar la opinión de Marín (2002, 2) con respecto a la existencia de relaciones recíprocas entre las instituciones locales, el repertorio musical y el entorno urbano que los acogía, incluyendo también al entorno social y geográfico regional. Es decir, la relación entre las fundaciones jesuitas de Mendoza y San Juan, en términos de actividad musical, estuvo constreñida por el cariz misional de la orden, las condiciones económicas y sociales de ambas instituciones (lo que permitía la existencia de esclavos músicos) y la posibilidad de desplazamiento dada por el entorno geográfico de la región de Cuyo, que brindó la posibilidad del establecimiento de redes entre el centro y la periferia.

Los datos expuestos sugieren la existencia de redes entre músicos laicos y de las diversas órdenes religiosas (o por lo menos jesuitas y mercedarios) en un lugar tan alejado de la capital del Reino como el Corregimiento de Cuyo. En Mendoza, se hacían esfuerzos por contar con músicos estables dentro del Colegio y, además, se contrataba a músicos foráneos para las principales celebraciones. También hemos demostrado que Mendoza constituyó además un enclave que proveía de músicos e instrumentos a otros establecimientos jesuitas de la Provincia, no solo en Cuyo, sino también en Santiago, como demuestra el envío de las chirimías en 1709. Todo lo anterior nos revela un interés en la presencia de la música en el culto y la actividad misionera, que contradice totalmente la opinión de la musicología tradicional chilena sobre la escasez de actividad musical durante la Colonia, y sobre la supuesta hegemonía de Santiago y su catedral como únicos lugares donde se encontraba una vida musical de valor. Si bien este trabajo pretende ser una primera aproximación, esperamos que contribuya a ampliar el campo de estudio musicológico dentro de la concepción geográfica de lo que fue el Chile colonial.

Bibliografía

Alruiz, Constanza y Laura Fahrenkrog. 2008. “Construcción de instrumentos musicales en el Virreinato del Perú: vínculos y proyecciones con Santiago de Chile”. Resonancias 22: 43-62.

Aracena, Beth K. 1999. “Singing Salvation: Jesuit Musics in Colonial Chile, 1600-1767 (Volume One)”. Tesis de Doctorado, University of Chicago.

Bordas, Cristina. 1987. “The Double Harp in Spain from the 16th to the 18th Centuries”. Early Music 15 (2): 148-163.

Boyle, Patricio. 2009. Patrimonio jesuita en Mendoza colonial. Mendoza: Fondo de Cultura de Mendoza.

Cirvini, Silvia A. 2012. “Las órdenes religiosas en espacio urbano colonial – Mendoza (Argentina). El caso de la Compañía de Jesús”. Hispania Sacra LXIV (130): 623-659.

Claro, Samuel. 1970. “La música virreinal en el Nuevo Mundo”. Revista Musical Chilena 24 (110): 7-31.

________. 1979. “La vida musical en Chile durante el Gobierno de Don Bernardo O’Higgins”. Revista Musical Chilena XXXIII (145): 5-24.

________. 1997. Oyendo a Chile (3ª Edición). Santiago: Andrés Bello.

Claro, Samuel y Jorge Urrutia B. 1973. Historia de la música en Chile. Santiago de Chile: ORBE.

Enrich, Francisco. 1891. Historia de la Compañía de Jesús en Chile (2 volúmenes). Barcelona: Imprenta de Francisco Rosal.

Espejo, Juan Luis. 1954. La provincia de Cuyo del reino de Chile. Santiago de Chile: Fondo histórico y bibliográfico José Toribio Medina.

Fahrenkrog, Laura. 2006. “El arpa en Santiago de Chile durante la Colonia”. Tesis de Licenciatura en Musicología, Pontificia Universidad Católica de Chile.

Gesualdo, Vicente. 1961. Historia de la Música en la Argentina (Tomo 1). Buenos Aires: Editorial Beta S.R.L.

Gutierrez de Arrojo, Carmen. 2004. “La música en Mendoza”. En Mendoza, cultura y economía, editado porArturo Roig, Pablo Lacoste y María Cristina Satlari, 397-433. Mendoza: Caviar Bleu.

Hanisch, Walter. 1974. Historia de la Compañía de Jesús en Chile. Buenos Aires: Editorial Francisco de Aguirre.

Irving, David. 2019. “Music in Global Jesuit Missions, 1540-1773”. En The Oxford Handbook of the Jesuits, editado por Ines G. Zupanov, 598-634. Nueva York: Oxford University Press.

Lange, Francisco Curt. 1986. “El Convento de San Lorenzo de Nuestra Señora de la Merced, Córdoba, Argentina”. Latin American Music Review 7 (2): 221-247.

López, Celia. 2005. Con la Cruz y con el Dinero: los jesuitas del San Juan colonial. San Juan: Editorial Fundación Universidad Nacional de San Juan.

Marchant, Guillermo. 1999. “El Libro Sesto de María Antonia Palacios, c. 1790. Un manuscrito musical chileno”. Revista Musical Chilena 53 (192): 27-46.

Marín, Miguel Ángel. 2002. Music on the Margin. Urban Musical Life in Eighteenth-Century Jaca (Spain). Kassel: Edition Reichenberger.

Martínez, Gonzalo y José Miguel Ramos. 2015. “Nuevos antecedentes para el estudio del arpa en la periferia colonial chilena”. Revista Musical Chilena 69 (224): 125-141.

________. 2018. “La música en el mundo privado del Cuyo colonial: la actividad musical y su relación con la economía en un espacio fronterizo”. Latin American Music Review 39 (1): 30-52.

Meier, Johannes. 2007. “La importancia de la música en las misiones de los jesuitas de habla alemana en Iberoamérica (siglos XVII y XVIII)”. En Desde los confines de los imperios ibéricos. Los jesuitas de habla alemana en las misiones americanas, editado porKarl Kohut y Maria Cristina Torales P., 265-287. Madrid: Iberoamericana.

Micale, Adriana. 1998. “Patrimonio Económico de la Compañía de Jesús de Mendoza (1608-1767). Aportes para su estudio. Temporalidades de los Jesuitas”. En Las Ruinas de San Francisco. Arqueología e Historia, coordinado por Daniel Schávelzon, 103-247. Mendoza: Municipalidad de la Ciudad de Mendoza.

Michieli, Catalina Teresa. 1994. Antigua historia de Cuyo. San Juan: Ansilta Editora.

Musri, Fátima. 2004. Músicos inmigrantes. La familia Colecchia en la actividad musical de San Juan, 1880-1910. San Juan (Argentina): Editorial de la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes (EFFHA), Universidad Nacional de San Juan.

________. 2019. “Sobre migraciones y localidades: las jotas navarras en San Juan (Argentina)”. Neuma 12 (2): 84-107.

Otero, Higinio. 1970. Música y músicos de Mendoza desde sus orígenes hasta nuestros días. Buenos Aires: Ministerio de Educación, Ediciones Culturales Argentinas.

Pedrotti, Clarisa Eugenia. 2011. “El Jubileo de 1750: fiesta barroca y música en Córdoba del Tucumán”. Revista del Instituto de Investigación Musicológica “Carlos Vega” XXV (25):115-139.

________. 2017. Pobres, negros y esclavos: música religiosa en Córdoba del Tucumán (1699-1840). Córdoba: Editorial Brujas.

Pereira Salas, Eugenio. 1941. Los orígenes del Arte musical en Chile. Santiago de Chile: Imprenta Universitaria.

Rondón, Víctor. 1997a. “Música jesuita en Chile en los siglos XVII y XVIII: primera aproximación”. Revista Musical Chilena LI (188): 7-39.

________. 1997b. 19 Canciones misionales en mapudungún contenidas en el Chilidúgú (1777) del misionero jesuita en la Araucanía, Bernardo de Havestadt (1714-1781). Santiago de Chile: Fondart – Revista Musical Chilena.

________. 1999. “Música y cotidianeidad en el Convento de la Recoleta Dominicana de Santiago de Chile en la primera mitad del siglo 19”. Revista Musical Chilena 53 (192): 47-74.

________. 2006. “Sung Catechism and College Opera: Two Musical Genres in the Jesuit Evangelization of Colonial Chile”. En The Jesuits II. Cultures, Sciences and the Arts, 1540-1773, editado por John W. O’Malley et al. Capítulo 22 (Edición Kindle). Toronto: Toronto University Press.

________. 2009. “Jesuitas, música y cultura en el Chile colonial”. Tesis de Doctorado, Pontificia Universidad Católica de Chile.

________. 2014. “Música y negritud en Chile: de la ausencia presente a la presencia ausente”. Latin American Music Review 35 (1): 50-87.

Sacchi de Ceriotto, María Antonieta. 2010. La música en la petaca del misionero. Un mundo sonoro en las viñas de Rodeo del Medio. 1905-1930. Mendoza: EDIUNC.

Salinas, Maximiliano. 2000. “¡Toquen flautas y tambores!: una historia social de la música desde las culturas populares en Chile, siglos XVI-XX”. Revista Musical Chilena 54 (193): 45-86.

Schávelzon, Daniel. 1998. “Arqueología e historia de las Ruinas de San Francisco (1608-1861)”. En Las ruinas de San Francisco. Arqueología e Historia, coordinado por Daniel Schávelzon, 15-27. Mendoza: Municipalidad de la Ciudad de Mendoza.

Summers, William. 1999. “The Jesuits in Manila, 1581-1621: The Role of Music in Rite, Ritual, and Spectacle”. En The Jesuits. Cultures, Sciences and the Arts, 1540-1773, editado por John W. O’Malley et al. Capítulo 31 (Edición Kindle). Toronto: Toronto University Press.

Valenzuela, Jaime. 2001. Las liturgias del poder: celebraciones públicas y estrategias persuasivas en Chile colonial (1609-1709). Santiago: DIBAM.

Vera, Alejandro. 2004a. “Las agrupaciones instrumentales en las ciudades e instituciones periféricas de la Colonia: el caso de Santiago de Chile”. En Música Colonial Iberoamericana: interpretaciones en torno a la práctica de ejecución y ejecución de la práctica, Actas del V Encuentro simposio internacional de musicología “Misiones de Chiquitos”, editado por Víctor Rondón, 109-136. Santa Cruz de la Sierra: Fondo Editorial Asociación Pro Arte y Cultura.

________. 2004b. “La música en el Convento de La Merced de Santiago de Chile en la época colonial (siglos XVII-XVIII)”. Revista Musical Chilena 58 (201): 34-52.

________. 2005. “A propósito de la recepción de música y músicos extranjeros en el Chile colonial”. Cuadernos de música iberoamericana 10: 7-33.

________. 2007. “En torno a un nuevo corpus musical en la Iglesia de San Ignacio: música, religión y sociedad en Santiago (1856-1925)”. Revista Musical Chilena 61 (208): 5-36.

________. 2009. “La música en los espacios religiosos”. En Historia de la Iglesia en Chile, Tomo I, En los caminos de la conquista espiritual, dirigido por Marcial Sánchez Gaete, 287-322. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.

________. 2010a. “Coro de cisnes, cantos de sirenas: una aproximación a la música en los monasterios del Chile colonial”. Revista Musical Chilena 64 (213): 26-43.

________. 2010b. “¿Decadencia o progreso? La música del siglo XVIII y el nacionalismo decimonónico”. Latin American Music Review 31 (1): 1-39.

Vergara, Javier. 2007. “El humanismo pedagógico en los colegios jesuíticos del siglo XVI”. Studia Philologica Valentina 10 (7): 171-200.

Waisman, Leonardo. 2004. “La música colonial en la Iberoamérica neo-colonial”. Acta Musicologica 76: 117-127.

Young, Kydalla. 2010. “Colonial Music, Confraternities, and Power in the Archdiocese of Lima”. Tesis de Doctorado, University of Illinois at Urbana-Champaign.

Fuentes manuscritas citadas

Archivo General de la Provincia de Mendoza (Mendoza), Libro de Gastos del Colegio Jesuita de Mendoza, folios 20, 28, 36, 36v, 52v, 54v, 57, 57v, 59, 59v, 60, 62, 62v, 71v, 80v, 83, 84, 84v, 110v, 128v, 129, 131, 138, 141v, 142, 154v, 158.

Archivo General de la Provincia de San Juan (San Juan), Libro de Gasto de la Residencia Jesuita de San Juan, folios 60, 81, 90, 101v, 101-102, 105, 112, 122v, 113v, 114-116, 119-121, 138, 138v, 139, 141, 141v, 145, 147, 149, 159, 163, 105v, 106v, 139, 154, 154v, 218, 221-225, 230, 178, 178v, 243.

Archivo Franciscano de la Santísima Trinidad (Santiago), Fondo Chillán, Libro de Cargo y Data, Convento Franciscano de Chillán, volumen 1, folios 169v, 172v, 178, 185.

Apéndice

Tabla 2 / Menciones de músicos u objetos musicales en el Colegio Jesuita de Mendoza.[19]

Tabla 2

Tabla 3 / Menciones a músicos u objetos musicales en la Residencia Jesuita de San Juan de la Frontera.[20]

Tabla-3

 


[1] Por musicología tradicional chilena entendemos los trabajos pioneros de: Pereira Salas 1941; Claro 1970, 1979, 1997; Claro y Urrutia B. 1973.

[2] Debemos tomar en cuenta, sin embargo, como señala Aracena (1999, 143-144), que esta fue una constante de la musicología latinoamericana hasta la década de 1990, por lo menos (para una crítica a la musicología latinoamericana en su conjunto, desde la perspectiva de los estudios poscoloniales, véase Young 2010).

[3] Lo mismo ocurre con los dos historiadores jesuitas más tradicionales para el caso chileno (Enrich 1891 y Hanisch 1974), quienes, si bien mencionan las fundaciones de Cuyo, no les prestan la misma atención que a las casas del Chile occidental. Para el caso específico de los jesuitas de Cuyo, no existen estudios musicológicos al respecto, de hecho, ni siquiera aparecen nombrados en el capítulo que Gesualdo reserva a la música jesuita en su Historia de la Música en la Argentina (1961, 33-73). Waisman (2004) ha resaltado el casi exclusivo interés que las reducciones jesuitas de la provincia del Paraguay han despertado en la musicología, en desmedro de las prácticas musicales urbanas. Esto se mantiene incluso en trabajos desde el mundo anglosajón. Por ejemplo, recientemente Irving, en su intención de dar una visión global de la música jesuita en el período de expansión de la orden, cuando habla de las colonias americanas se centra en las misiones del Paraguay (2019, 612-614). Cabe destacar como una excepción para el ámbito urbano regional argentino los recientes trabajos de Clarisa Pedrotti (2011, 2017) sobre la música religiosa en la Córdoba colonial. Por otra parte, sí hay estudios historiográficos: por ejemplo Furlong (1949) publicó dos conferencias sobre los jesuitas de Mendoza en los que aparecen datos sobre la cultura material encontrados en documentos coloniales; Micale (1998) ha estudiado la importancia económica de los jesuitas en Mendoza; Schávelzon (1998) su historia y arqueología; López (2005) ha hecho lo mismo para el caso de San Juan; Cirvini (2012) ha estudiado la historia de las construcciones de los jesuitas de Mendoza; y Boyle (2009) ha estudiado su patrimonio arquitectónico, mencionando importantes datos que son recogidos en el presente trabajo. Los tres únicos estudios de corte musicológico que conocemos sobre Mendoza se centran, el primero en los siglos XIX y XX, sin tocar prácticamente la Colonia (Gutiérrez de Arrojo 2004); el segundo abarca el primer tercio del siglo XX, centrándose sobre la música de los salesianos y los inmigrantes italianos en Rodeo del Medio (Mendoza) (Sacchi de Ceriotto 2010); y el tercero corresponde al trabajo de Higinio Otero (1970) en el que ofrece una mirada panorámica de la música y los músicos de Cuyo desde los orígenes precolombinos, poniendo en relevancia la labor de los músicos populares en la conformación de la cultura musical urbana, sin mencionar la labor musical jesuita en la Colonia. Para el caso de San Juan, debemos mencionar el trabajo de Fátima Musri sobre la familia Colecchia (2004) desde fines del siglo XIX hasta las primeras décadas del XX, y el trabajo sobre Inocencia Aguado Aguirre (2019).

[4] En estos trabajos presentamos algunos casos que pertenecen a la orden jesuita, sin embargo, al tratarse de textos que no se centran específicamente en los jesuitas de Cuyo, los hemos incluido aquí para presentar una visión de conjunto de la actividad de la orden en dicha región.

[5] También revisamos el Archivo Histórico de la Provincia de San Luis, pero no encontramos información sobre jesuitas.

[6] Si bien la primera orden en establecerse en Mendoza fueron los dominicos en 1563, los siguientes fueron los jesuitas en 1608, es decir, con una diferencia de más de cuarenta años desde la fundación de la ciudad. Aún más tarde llegaron los agustinos, los mercedarios y los franciscanos (Cirvini 2012, 628).

[7] El primer superior fue el padre Juan Pastor. En la escuela se daban primeras letras y gramática (López 2005, 35).

[8] López (2005, 43) considera que la falta de sacerdotes para la amplia gama de tareas y la situación de crisis económica de San Juan fue la causa de la fallida fundación jesuita. Sin embargo, no deja de llamar la atención la coincidencia de fechas entre el cierre de la Residencia y la muerte del padre Lucas Pizarro a mano de los indios del Valle de Uco. Dicho misionero fue enterrado en la iglesia del Colegio de Mendoza (Schávelzon 1998, 19).

[9] En tan solo unas pocas décadas, a partir de 1540 (año de fundación de la orden), el concepto de Colegio que tenían los jesuitas se modificó desde la idea de residencia pedagógica de estudiantes a colegio público abierto a personas ajenas a la orden, y se consolidó con la aprobación, en 1558, de las constituciones jesuitas en la primera Congregación General, en que quedó declarada la educación formal como ministerio prioritario de la orden (Vergara 2007, 181).

[10] El Libro abarca hasta 1712, pero no encontramos referencias a música en los dos últimos años.

[11] Según informa Boyle (2009, 146), a comienzos del siglo XVIII los esclavos del Colegio sumaban 151 y vivían en la Ranchería que quedaba en las afueras de Mendoza.

[12] Lo anterior es significativo, si lo comparamos con el instrumental encontrado por Vera (2004b, 37) en el Convento de La Merced, en Santiago, entre los años 1676 y 1678: once instrumentos, incluyendo un órgano y un arpa. Tomando en cuenta que se trataba de un convento de la capital del Reino, no deja de ser excepcional la información que presentamos.

[13] En Mendoza se dio otro caso notable, relacionado posiblemente con Chile: Gutiérrez de Arrojo (2004, 402-403) menciona una agrupación de dieciséis esclavos músicos que habían sido enviados a Buenos Aires a estudiar música con Víctor de la Prada por su amo, el terrateniente Rafael Vargas. Dicha agrupación poseía instrumentos ingleses, estaba uniformada, y fue donada al ejército libertador del General San Martín. Es posible que cruzara la cordillera acompañando a dicho ejército.

[14] También podemos hacer extensiva esta afirmación a una ciudad fronteriza como Chillán (en el sur de la Capitanía), como comprobamos en nuestro trabajo sobre las arpas en la periferia del Reino de Chile (Martínez y Ramos 2015).

[15] López (2005, 293) informa en una Tabla sobre precios de objetos que aparecen en el libro de recibo y gastos de la Residencia, la compra de un violín en 20 pesos en 1762. Nosotros no encontramos dicho gasto, ni tampoco como forma de pago, por lo tanto consideramos que debe tratarse de un error. El precio parece excesivo, tomando en cuenta que los dos violines de 1760 costaron la misma cantidad.

[16] Hemos encontrado en otras instituciones periféricas evidencias de una agrupación instrumental similar, en este caso violín y arpa. Por ejemplo, en 1783 y 1784, en el Convento Franciscano de Chillán aparecen pagos a arpista y violinista en una misma festividad. Archivo Franciscano de la Santísima Trinidad (Santiago), Fondo Chillán, Libro de Cargo y Data, Convento Franciscano de Chillán, V. 1, f. 169v, 172v, 178, 185.

[17] En octubre del mismo año aparece un pago en telas para que “los negritos músicos” se confeccionaran “camisas y calzoncillos”, pero no sabemos si se refiere a los músicos de Mendoza o a los de la Residencia.

[18] Para esta fiesta, además, es común encontrar gastos en pólvora, que se empleaba para fuegos artificiales, y en comidas especiales con las que se agasajaba a las autoridades y benefactores (López 2005, 231).

[19] En esta Tabla, y a menos que se indique otra cosa, todas las entradas corresponden a: Archivo General de la Provincia de Mendoza (Mendoza), Libro de Gastos del Colegio Jesuita de Mendoza. Se ha modernizado la ortografía y desarrollado las abreviaturas. Esto se hace extensivo a todas las citas del artículo.

[20] En esta Tabla, y a menos que se indique otra cosa, todas las entradas corresponden a: Archivo General de la Provincia de San Juan (San Juan), Libro de Gasto de la Residencia Jesuita de San Juan. El actual empastado del documento impide visualizar los montos de las entradas entre diciembre de 1744 y julio de 1753.


Citar este artículo

Ver máskeyboard_arrow_down

Martínez, Gonzalo y José Miguel Ramos. 2021. "La actividad musical de la orden jesuita en el Cuyo colonial: una primera aproximación". Resonancias 25 (48): 41-62.

Comparte nuestro contenido en: